Intento de robo con Buenos Aires


Un jueves de noche invernal, tranquilo y por demás como la mayoría de todos mis últimos días, salíamos dispuestos a hacer de la noche toda una historia nuestra. Una noche afortunada con un profesor afortunado que terminó la clase del posgrado más temprano de lo habitual, que mejor panorama… una adorada amiga argentina que con ganas de compartir de nuestra particular fluidez de variedades temáticas, lingüísticas y regionales, nos invita a tomar unas cervezas al Bar Rodney.

El Bar Rodney, llamado así por estar ubicado en la calle Rodney, esto es lo que yo llamo simpleza en la creación, está detrás del Cementerio de la Chacarita en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Es una bar que en mi jerga llamaría un bar de mala muerte, un hueco, un roto o dándole un toque de cariño: un chuzo, ya que es de esos sitios del amigo del amigo del amigo, o de un grupo de amigos, que uno no sabe cómo o por qué va gente, pero que van, van… y gente muy bien, que se encariña con el sitio, que no deja de ir, y que como nos pasó… ¡llevan gente a conocerlo! Pero el bar es otro cuento.

La noche poética del bar fue una linda noche, con uno que otro poema bueno… unos ricos vinos nos tomamos precisamente compartiendo nuestra particular fluidez de variedades temáticas, lingüísticas y regionales, para no decir que hablábamos mierda y de todo, todos, una particular combinación de parejas, de la que ahora caigo en cuenta, éramos un representante de cada género por nación, hombre y mujer argentinos, colombianos y chilenos, bien empataditos estábamos, eso sí la única pareja transcultural era a la que yo pertenecía: colombiano y chilena. La reunión traspasó las fronteras del Bar Rodney, para trasladarse a una nueva promesa de nuestra querida amiga argentina y su esposo argentino, la Pizzería Los Inmortales, supuestamente las mejores pizzas de todo Buenos Aires y sus alrededores rioplatenses… y con creces lo fue una promesa hecha realidad, ¡todo un exitazo! Recordé salidas con mi papá o mi familia en general, donde terminamos cerrando el lugar, faltó que nos dijeran: “¡Hey ábranse de aquí!”.

Pizzería Los Inmortales quedará inmortal por la vitalidad de esta historia en mi mente y de este cuento en este blog. Una buena noche como para terminar con el broche de oro con el que terminó, que ahora lo veo con diversión, con risas, y hasta con descaro la animo y cuento, toda una escena de película, dentro de la fusión de la realidad y la ciencia ficción.

Dejé a la "chilenita" en un taxi en la calle Paraná, para caminar confiado bajando por la Av. Corrientes hasta mi recién nuevo hogar, cuadras recorridas en muchas otras ocasiones a más altas horas de la noche, pero este día era diferente, era particular. Eran las 2:30 am la hora de volver a casa, temprano para los horarios usados en las fiestas bonaerenses y recorrer trayectos ya recorridos en otras ocasiones, pero un timbre de alerta apareció en mi cabeza, y dije a mi compañero chileno de vivienda a son de chiste: “¡Eche y me vas a llevá' a pie hasta la casa, ¡págate un taxi ahí! (…) verdá' que por aquí no nos sirve ningún bus que nos lleve…” Sonó a chiste, pero fue un comentario serio (algo sentí, esa percepción extra a la que debería prestarle mayor atención), como muchas de las cosas que digo, sin embargo así de rápido como generé el comentario a modo de chiste, le sonó y quedó a mi chascón amigo, que sonrió y continuamos hablando de cualquier otro episodio de la noche.

Llegando a la esquina noroccidental de Corrientes y Maipú se interrumpió nuestra conversación, a lo que seguido de frases y actos iguales se escribieron en nuestras mentes y ejecutaron nuestros cuerpos, viendo cuatro tipos jóvenes venir de frente con aura de “intensos” pedigüeños, con una pinta característica de lo que aquí llaman “villero”, nos desviamos hacia la calle. Acto seguido de nuestro desvío uno de los “malos” de la historia se abrió igualmente hacia la calle a tratar de atajarnos, quedando ellos en una formación de 3-1 en izquierda y derecha respectivamente, entre la separación alcanzó a escabullirse mi amigo, que en su acelere y sin querer obstruyó mi andar. Ante el obstáculo intenté abrirme aún más, pero un poste apareció en mi camino, que si no es porque lo vi hace unos días en el mismo punto diría que me lo atravesaron de aposta esa noche.

El chascón se escabulló quedando “afuera” del lío, yo, al no tener única salida que seguirlo, perdí velocidad en mi huida y el 1 de la formación sujetó mi brazo derecho, a la altura del codo y enseguida los otros tres formaron un cerco a mi alrededor, quien me sujetó a la derecha, uno al frente, otro atrás y el sobrante a la izquierda. Era el del frente el más obstinado por robarme, era el que insistía, el que presionaba, el que tiraba la mano a mis bolsillos, el que supuestamente “metía miedo” para dominar la situación y su mismo miedo también. Contrario a sus pretensiones yo me mantuve tranquilo, y enseguida llevé mi mano (que no es pequeña) a los bolsillos izquierdos de mi jean, apretándolos contra mí misma pierna. Ahí tenía mi celular y mi billetera, y en el brazo mi reloj, las únicas cosas de valor que llevaba, y eso, pues en la billetera apenas tenía 100 pesos ($50.000 pesos colombianos en ese entonces) que a la hora de la verdad no vienen siendo gran cantidad de plata para ellos. Los tipos de izquierda y atrás halaban mi brazo y apretaban mi codo pero no lograban despegarlo de mi pantalón… Yo al mismo tiempo movía ambos brazos tratando de liberar la sujeción, e intentaba conversar con el del frente, de manera irónica y en busca de hacer tiempo, diciéndole: “Hey y te me vas a llevar mis vainas (cosas)”, “Ñerda aguántate ahí”… realmente no sé el hacer tiempo para qué era, pero traté de tener tiempo para pensar qué hacer, cómo defenderme y no dejarme robar… y ya metido en ese rollo ver qué “recurso” tenían para robarme… sí, lo sé era una medida de doble filo, porque donde hubieran tenido algún arma, como dirían aquí: ¡Cagamos todos!.

El miedo que yo logré controlar con esa oportuna tranquilidad, fue lo que consumió a los atracadores, pues cuando los vi venir a encerrarme y robarme, fueron muchas las imágenes y palabras que pasaron por mi cabeza en milésimas de segundo, de todos y cada uno de los integrantes de mi familia, pero hubo dos frases que quedaron en mi mente todo el tiempo y que fueron las que me dieron valor para manejar la situación. La primera de mi hermano Juan Pablo que alguna vez le escuché decir que “el miedo que generan ellos en uno al amenazarte y querer robarte, es el mismo miedo que sienten ellos de ser pillados en el acto” y la segunda fue una creada por mí en el momento que decía algo así: “No joda no me han robado ni atracado en mi país para que vengan estos hijueputas a robarme aquí”, mal que bien la frases me dieron la base de valor que necesitaba para permanecer intacto, pero hacía falta algo más para liberarme del asunto y era actuar, hacer algo repentino o que sucediera algo inesperado. Conectado con la primera idea que se me ocurrió (la fuerza, los golpes) venía mi amigo de vuelta calculando la mejor patada que iba a dar en su vida, que mínimo le iba a bajar la cabeza a uno de ellos. El de frente en su desespero me hincó su uña en la muñeca y se dio cuenta de mi reloj, y así me zarandeaba el brazo, al ver que no iba a durar mucho mi agarre, le dije intentando negociar como buen representante de mi ascendencia libanesa: “bueno déjame sacar la plata, pero déjame mis papeles, si quieres hasta llévate el celular”, no le gustó poquito mi propuesta, pero antes que pudiera hacer algo ya venía encima mi chascón amigo, cual Gokú en sus tiempos mozos, inspirado y animado por un Citroën gris plata que apareció bullicioso, definitivamente el ángel de la historia, se pegó en la bocina y puteaba como loco, no siendo poco dos personajes salieron de un kiosco al otro lado de la avenida, también gritaban barbaridades y uno se tiró a cruzar la calle.

Los malos del cuento tan se cagaron en sus patas que tres salieron corriendo enseguida al instante de comenzar el escándalo, en segundos el primero iba a 80 metros llegando a Esmeralda, la siguiente calle… para incomodidad mía el que siempre estuvo de frente, se mantenía persistente, era orgullosamente el antagonista principal, pero no le duró mucho, pues del susto me soltó y se empezó a distanciar como queriendo correr pero insistiendo en que le entregara dinero, y yo con este nuevo envión de valor, que era lo que me faltaba, lo terminé sujetando a él del brazo, apreté mi mano derecha con toda mi fuerza, dispuesto a darle una recta al mentón, para con un knock out hacerme al cinturón de campeón de boxeo, como el también monteriano Miguel “Happy” Lora… pero no le pegué, me pudo más mi buen corazón que para sorpresa de muchos, existe. Ver que se habían ido la mayoría, no estar encerrado, sentir que el peligro había pasado, me hizo soltarlo, a lo que el corrió rompiendo records callejeros de huida. Agradecí repetidamente a aquel valiente y oportuno conductor, que preguntaba si estábamos bien, y quien partió a gran velocidad a alcanzar una patrulla de la policía que iba a 200 metros para contarle el hecho, y que además había pasada junto a nosotros (y no hizo nada, como mucha policía en distintos países del mundo que no se enteran de nada), nosotros seguimos nuestro camino a pie hacia nuestro reciente nuevo hogar… un acontecimiento que sentí de eterno fueron apenas contados segundos, que me hicieron el protagonista de, como dijo un amigo en Twitter, #AtracosQueNoFueron.

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