Pensamiento en Praga

La capital de la República Checa es magia pura, de esa magia poderosa, fuerte, apasionada, negra si vemos las lúgubres esculturas del Puente Carlos, o roja, oscura, contundente y de alto vuelo, si vemos los tejados altos y puntudos de sus imponentes torres góticas.

Esa mezcla de gótico interior y barroco exterior deja un sello romántico en el ambiente que se impregna en las familias y parejas que pasean regocijantes sus entrecruzadas calles, y ponen a volar la imaginación, a crear frases, y a hacer escribir hermosos pensamientos de aquellos enamorados que caminamos sus calles, así sea solos, pensando en lo que hay y no hay, en lo que tenemos y no tenemos, en lo que añoramos y soñamos, en lo que tendremos y a quien le contaremos:
“Si te pudiera construir un castillo con mis propias manos te lo construiría así, grande, imponente, alto, para que ahí viviéramos en la habitación más alta para encontrarnos en el amor más profundo e intenso que pudiéremos expresar, y sólo salir al mundo con las alas que nos enseñaron a formar nuestros padres y nos enseñamos nosotros mutuamente a usar para volar eternamente”.
Pasó por mi mente al detenerme a mirar la sepia Torre de la Pólvora en una de las entradas de la ciudad vieja; ahí ella, erguida, impenetrable, ruda, incógnita, de carácter fuerte y delicados detalles… Estuve elevado durante 10 minutos, mirándola de arriba abajo incansablemente bajo un ocaso veraniego de sol europeo.
Antes de que me pregunten, ¿Si vale la pena Praga?, les respondo que: - “Lo vale, cada paso, y ahí he de volver y esa torre lo sabe”.
Escrito 30 de agosto de 2018

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